Después de una vida tremendamente agitada. Y como dirían algunos, bien vivida. Tomó la decisión más difícil y dura de su vida. Terminarla con la persona que aún sin amarla, sabía que cuidaría de él hasta el final de sus días. Que al mirarse al espejo notaba cada batalla ganada y perdida en sus cicatrices. Hasta alguna guerra ganó también. Pero muchas arrugas marcaban su vida. Había vivido.
Era algo más que un chaval y ya con sus manos
empezaba a ganarse la vida. Listo cómo él solo. Fue aprendiendo a fuerza de
equivocaciones. Nunca tuvo al padrino, al mayor, al amigo de siempre donde
mirarse o donde recibir un consejo. Se hizo a sí mismo. Su osadía por la vida
nunca tuvo límites. Las cruzaba todas. Y las bofetadas gordas. Pero cada vez
menos, hasta llegó el momento que no le daban, es más, el era quien empezaba a
liderar actitudes. Porque apto lo era para todo. Para lo bueno y lo malo. Para las
fiestas y más para el trabajo.
Lobo solitario casi siempre. Reservado hasta en lo
más sencillo. Nunca revelaba más de lo que quería. Y eso marcaba su vida.
Los años pasaron. Y los días marcaron. La juventud
desapareció. Y el trabajo se acabó. Los días de gloria se olvidaron y las
conquistas conquistadas, las conquistaron otros. Los amores de verdad
desaparecieron y la cruda realidad golpeó en su cabeza.
Tonto no era. Lo sabía de siempre. Y el guerrero
se convirtió en paciente servidor y asumió que su final era compartir y ceder que
aún sin amor viviría con cariño.
Poco o nada le quedaba de su larga trayectoria. Su
cabeza llena y el alma vacía. Ahora cambiaba horas y meses de su cabeza por un
gramo de ternura en su alma.
Buscó y encontró el cariño y el mal juicio lo
volvió en un buen acuerdo. Vivirían tranquilos. Verían llegar el fin en paz
bonito relato de la exsistencia,asi es el final.
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