sábado, 14 de febrero de 2015

La hucha amarilla



Esa mañana fue muy especial. Venía el padre Arnal a contarnos una historia de África. Allí había niños como nosotros que pasaban muchas necesidades. Era la historia que a mi corta edad estaba deseando escuchar. Cinco años atrás la contaban los mayores y piro fin llegó mi momento de ser el protagonista de oír de su voz la famosa historia y su consabida competición.
Había que recaudar dinero en unas huchas amarillas con tapa azul y un candado. Yo las llevaba viendo años atrás y quería que ya me tocara a mí sacar dinero para los de África.
Al terminar de contarnos la dichosa historia, la verdad es que me parecía tan extraña a mi edad, que más parecía un cuento que la realidad; nos pusieron por parejas y repartieron las famosas huchas. Primero hicieron una lista con los nombres de cada uno que formábamos las parejas en orden de como las iban dando, luego las repartieron y a mí que tengo el apellido del final del abecedario me tocó con mi compañero de pupitre pero esas huchas amarillas de tapa azul y candado se habían acabado y nos dieron un bote de Colacao pintado de amarillo y una tapa de hojalata con una raja en medio. Vaya gracia. Tantos años esperando la famosa hucha y ahora me tocaba la mirada de un bote.
El caso es que durante la semana y hasta el lunes siguiente teníamos que recaudar dinero.
Yo le dije a mi compañero Ricardo que se llevara la hucha, el bote, a su casa, que le fuera pidiendo a toda su familia, incluso a quien se encontrara por la calle, yo me quedaría la hucha el fin de semana.
Pasaron los días. El martes, el miércoles, el jueves y Ricardo decía que nadie le echaba nada, solo su padre y su madre. Le dije que el viernes fuera a ver a sus abuelos. Esos siempre nos dan todo lo que pedimos y por la tarde me daría el famoso bote.
Casi llorando me lo dió.
-no te preocupes. El lunes ganaremos de sobra. Ya verás.
Incrédulo por mis palabras, me la dió y nos despedimos.
El lunes vería la gran sorpresa. La hucha a reventar. Y ganamos la competición de calle. La caja de los colores Alpino de veinticinco y el estuche de dibujo técnico con su caja de tiralíneas era nuestro.
-¿pero cómo lo has hecho?
- fácil. Lo llevo pensando cinco años. El domingo me recorrí todas las iglesias. Y a la misa de cada una. Y a la hora de las limosnas, me adelantaba yo con la hucha y me la llenaban hasta que el cura mandaba al sacristán a por mí. Pero a correr no me ganaba nadie.
Esa caja de tiralíneas tenía que ser mía 

lunes, 2 de febrero de 2015

Valiente



Una ciudad pequeña, con calles blancas y de ligeras pendientes, bañadas por el clima excepcional levantino siendo una villa del interior, gente sencilla, muy humana, vive de lo que da la tierra, marca su carácter.
Ella, una mujer de su casa, amante de su familia, de sus niños, se revelaba a una situación de encierro en esa urbe de barrotes de madera de olivos y almendros. Su horizonte estaba en la luna, aunque muchas veces adivinaba los rayos del sol. Hambrienta de todo, no había nacido en la ciudad donde podía satisfacer sus grandes anhelos de cultura. Formada en la simple escuela, todo lo que caía en sus manos lo devoraba hasta adivinar los entresijos de su funcionamiento. Sobre todos las hojas de los libros. Y digo las hojas porque muchos de ellos solo tenían hojas, ni tapas, ni fundas, ni prólogo, ni finales. Pero esas hojas le enseñaban un nuevo mundo mucho más amplio del que tenía en su cárcel de corto paseo. El desayuno en la plaza, los cotilleos, de la merienda, la salida a por el pan. Y los extraordinarios que le daba su marido con algún viaje por los alrededores a conocer que había detrás de esos almendros y naranjos.
Llegó la herramienta, la llave, el instrumento de ampliar su vida, de llevarla donde le faltaba, esas estanterías vacías y yermas que habitaban en su cabeza. Ese ordenador le habría las posibilidades nunca previstas en su bella ciudad pero tan corta en más vidas. No se conformaba con el solo hecho de dejar pasar su vida sin traspasar sus fronteras sin pasaporte.
Descubrió que había más vidas, más opiniones, más cultura, más mundos, más historias que vivir, mas cosas por aprender, más emociones que sentir. Más documentos por leer, más libros con tapas por sentir. Ambiciones que fuera cumpliendo con esfuerzo, se sentía, mínima, baja, por debajo de ese mundo que ahora le tendía la mano. Le agobiaba no estar a la altura.
No sabía que ella tenía algo que muy pocas personas tenemos, un pundonor sin límites, un sentido del ridículo excepcional. Y unas ganas por aprender que no tenían límites. Y más ahora que los almendros, los naranjos y los olivos solo eran unos árboles de sombras y frutos, y no barrotes de cárcel.
Preguntaba, si hacía falta, mil veces lo mismo, encontraba comprensión, aprendía, rectificaba, se ilusionaba, se movía poco a poco en otro mundo, su ambición creía al ritmo de su cultura. Nadie es más que nadie. Esa es era su meta. Tú sabrás de tu vida y yo aprenderé hasta donde mis librerías se llenen en mi cabeza.
No tenia limites aquellas baldas, se iban llenando de libros, de hojas, te técnica, de tecnología, de conocimientos. De espontaneidad. De saber. De experiencias.

Una luchadora, una superación de esfuerzo, una persona valiente.
A ti Rosana