Esa
mañana fue muy especial. Venía el padre Arnal a contarnos una historia de
África. Allí había niños como nosotros que pasaban muchas necesidades. Era la
historia que a mi corta edad estaba deseando escuchar. Cinco años atrás la
contaban los mayores y piro fin llegó mi momento de ser el protagonista de oír
de su voz la famosa historia y su consabida competición.
Había que
recaudar dinero en unas huchas amarillas con tapa azul y un candado. Yo las
llevaba viendo años atrás y quería que ya me tocara a mí sacar dinero para los
de África.
Al
terminar de contarnos la dichosa historia, la verdad es que me parecía tan
extraña a mi edad, que más parecía un cuento que la realidad; nos pusieron por
parejas y repartieron las famosas huchas. Primero hicieron una lista con los
nombres de cada uno que formábamos las parejas en orden de como las iban dando,
luego las repartieron y a mí que tengo el apellido del final del abecedario me
tocó con mi compañero de pupitre pero esas huchas amarillas de tapa azul y
candado se habían acabado y nos dieron un bote de Colacao pintado de amarillo y
una tapa de hojalata con una raja en medio. Vaya gracia. Tantos años esperando
la famosa hucha y ahora me tocaba la mirada de un bote.
El caso
es que durante la semana y hasta el lunes siguiente teníamos que recaudar
dinero.
Yo le
dije a mi compañero Ricardo que se llevara la hucha, el bote, a su casa, que le
fuera pidiendo a toda su familia, incluso a quien se encontrara por la calle,
yo me quedaría la hucha el fin de semana.
Pasaron
los días. El martes, el miércoles, el jueves y Ricardo decía que nadie le
echaba nada, solo su padre y su madre. Le dije que el viernes fuera a ver a sus
abuelos. Esos siempre nos dan todo lo que pedimos y por la tarde me daría el
famoso bote.
Casi
llorando me lo dió.
-no te
preocupes. El lunes ganaremos de sobra. Ya verás.
Incrédulo
por mis palabras, me la dió y nos despedimos.
El lunes vería la gran sorpresa.
La hucha a reventar. Y ganamos la competición de calle. La caja de los colores
Alpino de veinticinco y el estuche de dibujo técnico con su caja de tiralíneas
era nuestro.
-¿pero cómo lo has hecho?
- fácil. Lo llevo pensando cinco
años. El domingo me recorrí todas las iglesias. Y a la misa de cada una. Y a la
hora de las limosnas, me adelantaba yo con la hucha y me la llenaban hasta que
el cura mandaba al sacristán a por mí. Pero a correr no me ganaba nadie.
Esa
caja de tiralíneas tenía que ser mía
Je, je, je, je. Picaresca hasta para hacer obras de caridad, aunque el fin último fuera otro. Muy bueno y gracioso, querido amigo Txentxo. (El tema del hambre no ledo al margen de este comentario). Un fuerte abrazo.
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