Una
ciudad pequeña, con calles blancas y de ligeras pendientes, bañadas por el
clima excepcional levantino siendo una villa del interior, gente sencilla, muy
humana, vive de lo que da la tierra, marca su carácter.
Ella,
una mujer de su casa, amante de su familia, de sus niños, se revelaba a una
situación de encierro en esa urbe de barrotes de madera de olivos y almendros.
Su horizonte estaba en la luna, aunque muchas veces adivinaba los rayos del
sol. Hambrienta de todo, no había nacido en la ciudad donde podía satisfacer sus
grandes anhelos de cultura. Formada en la simple escuela, todo lo que caía en
sus manos lo devoraba hasta adivinar los entresijos de su funcionamiento. Sobre
todos las hojas de los libros. Y digo las hojas porque muchos de ellos solo
tenían hojas, ni tapas, ni fundas, ni prólogo, ni finales. Pero esas hojas le
enseñaban un nuevo mundo mucho más amplio del que tenía en su cárcel de corto
paseo. El desayuno en la plaza, los cotilleos, de la merienda, la salida a por
el pan. Y los extraordinarios que le daba su marido con algún viaje por los
alrededores a conocer que había detrás de esos almendros y naranjos.
Llegó
la herramienta, la llave, el instrumento de ampliar su vida, de llevarla donde le
faltaba, esas estanterías vacías y yermas que habitaban en su cabeza. Ese
ordenador le habría las posibilidades nunca previstas en su bella ciudad pero
tan corta en más vidas. No se conformaba con el solo hecho de dejar pasar su
vida sin traspasar sus fronteras sin pasaporte.
Descubrió
que había más vidas, más opiniones, más cultura, más mundos, más historias que
vivir, mas cosas por aprender, más emociones que sentir. Más documentos por
leer, más libros con tapas por sentir. Ambiciones que fuera cumpliendo con esfuerzo,
se sentía, mínima, baja, por debajo de ese mundo que ahora le tendía la mano.
Le agobiaba no estar a la altura.
No
sabía que ella tenía algo que muy pocas personas tenemos, un pundonor sin límites,
un sentido del ridículo excepcional. Y unas ganas por aprender que no tenían
límites. Y más ahora que los almendros, los naranjos y los olivos solo eran
unos árboles de sombras y frutos, y no barrotes de cárcel.
Preguntaba,
si hacía falta, mil veces lo mismo, encontraba comprensión, aprendía,
rectificaba, se ilusionaba, se movía poco a poco en otro mundo, su ambición
creía al ritmo de su cultura. Nadie es más que nadie. Esa es era su meta. Tú
sabrás de tu vida y yo aprenderé hasta donde mis librerías se llenen en mi
cabeza.
No
tenia limites aquellas baldas, se iban llenando de libros, de hojas, te técnica,
de tecnología, de conocimientos. De espontaneidad. De saber. De experiencias.
Una
luchadora, una superación de esfuerzo, una persona valiente.
A ti Rosana
Sentido homenaje en un texto excepcional. Enhorabuena, querido amigo Txentxo, por tus palabras, pero también por tener ese círculo de amistades tan humanas. Un muy fuerte abrazo.
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