-Aun me queda cerrar el contrato de programación
del trimestre de contenidos. No creo que se retrase más de dos días. En cuanto
lo firme tomo el primer vuelo y reiniciamos las vacaciones.
Al colgar el móvil no sabía si lo que acaba de
escuchar de mi mujer era algo que se lo había dicho a mi contestador o era
realmente lo que yo había escuchado.
Su pasión por el trabajo rayaba en lo neurótico. Cinco
años de matrimonio y aun no había conseguido tener una semana completa de
vacaciones.
Me quedé frio y perplejo. Solo, en un hotel a 5000
kilómetros de élla. Y en nuestras vacaciones. La vida sigue. Y yo la seguiría a
mis anchas, solo y hacer lo que me apeteciera. Llamé a recepción para que me
informarán donde podía tomar unos buenos baños tan especiales en esta ciudad.
Me los reservaron para dentro de una hora.
Estaban muy cerca. A menos de 15 minutos. Al
llegar descubrí esos baños descritos tantas veces en las mejores literaturas y
películas. Cargados de toda simbología ancestral. Y además mixtos. Concesión a
la modernidad. Tumbado en aquel recinto cargado de calor y altísima humedad.
Vaciando sobre mi cantidades de agua fría que mus poros agradecía con más
sudor. Mi mente llegó a relajarse por completo. Tanto que dormité en algún
momento.
Levanté la cabeza y descubrí unos ojos grises en
una cara perlada por el sudor que clamaban ayuda. Comenté en inglés, que no
debía utilizar más el agua caliente sobre élla. Que utilizara la fría. Si no
quería ahogarse en el calor o perder el conocimiento. Nos reímos mucho por su
gran equivocación. Me dijo que se llamaba Helen, inglesa. Y que me recompensaba con una exfoliación por
mi espalda con aquel guante de crines. Agradecí el detalle. Nuestras miradas
eran insinuantes pero nada más que eso. Un beso en su mejilla y un rubor en mi
cara.
Terminamos y nos cambiamos, despidiéndonos a la
entrada de los vestuarios.
Salía cuando desde un coche aparcado en la puerta,
baja la ventanilla trasera y esos ojos grises me dicen que si quería que su
chófer me acercara al hotel. Por mi cabeza pasaron las imágenes de su mano
paseando por mi cuerpo, pero le dije que no hacía falta. Mi hotel estaba muy
cerca, el Four Seasons, la risa saltó en la cara de Helen. También era el suyo.
Por supuesto que accedí al trayecto. Recogimos
nuestras llaves. Y en el ascensor no pudimos resistir nuestras ganas. El beso
que no me dió en los baños ahora recorrió todo mi cuello. Y aquella mejilla dió
paso a su boca. Nuestras lenguas se unieron en frenético juego hasta que el ascensor
paró en su planta. La puerta se abrió pero no dió el paso para salir, de nuevo
aquellos ojos grises bajaron su mirada hasta lo más alto de mis piernas y mi mano
pulso los botones de 3 plantas más arriba.
Media hora después estábamos descubriendo todos
los botones de nuestros cuerpos. Cada vez más duros y excitados. Una y otra vez
nos fundimos en lo más hondo de nuestros cuerpos. Una y otra vez con más
pasión. Casi al amanecer el sueño nos
venció y en los brazos de élla me quedé dormido.
El sonido de un móvil me despertó. Miré y eran 3
llamadas de Carmen, mi esposa. Salté de la cama, escuché el último mensaje y me
quedé helado. Llegaba en una hora al aeropuerto. Fui al cuarto de baño y
comprobé que Helen se había marchado.
En el espejo había una frase escrita con carmín.
Olvida lo que ha pasado, eres feliz con tu pareja. No lo estropees.
Me duché y salí en un taxi al aeropuerto.
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