Las redes sociales son nuevas
formas de enterarse de las vidas ajenas. Un cotilleo total de vidas ajenas. Hay
personas cotillas, chivatas, chismosas, correveidiles, y eso es lo que está
pasando con estas redes. Está en la condición humana el fisgón y que además lo
cuenta.
Sus vidas propias son simples.
Tanto que están faltas de contenido y las rellenan con vidas ajenas haciéndolas
propias. Se meten, opinan, critican, desbrozan, destrozan. Simplezas que solo
en su corta existencia, y no de tiempo, dan grandeza de sabiduría.
Exponen, se exponen, cuentan,
radian su propia vida al viento. Paso a paso. Minuto a minuto. Sin más
importarles que los demás se lo digan y consientan.
Ese sentimiento de pobreza vital
les reafirma para sentirse con la fuerza de hacer exactamente lo mismo con las
vidas ajenas. Que ni cuentan ni se exponen. Simplemente trasladan hechos.
Cuentan historias o demuestran sus habilidades. Pero nunca su vida privada se
explica.
Ahora es cuando ven en las demás
la que ellas no tienen. Vida propia. Vida privada. No existe vida fuera de las
redes, no hay nada en la vida real. No hay amigos, no hay amigas. No se habla
por teléfono, no se mandan cartas escritas, no hay libros, ni un café
acompañado.
Que no tienen otra cosa que hacer
en sus vidas que contar la de los demás en público y por privado. Contarle a
uno lo del otro. La una la de la otra. Esa gran figura del cómico José Mota, la
vieja del visillo, es claramente lo que está degenerando muchos casos de
perfiles en las redes.
Las consecuencias inevitables de
rupturas de amistades creadas en la falsedad de la red. Ansiedades enfermizas
por la falta de respuestas deseadas. Agobios patológicos que degeneran en
depresiones totales.
Estas son las consecuencias de
una real realidad irreal.
Triste realidad, pero real al fin y al cabo. Muy bien analizada la actualidad en un muy buen texto, querido amigo Txentxo. Por imaginar, imagina que esto te ha llegado de mi puño y letra... Un muy fuerte abrazo.
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