Mes de mayo y la operación bikini
ya está aquí. Y la operación bañador también. Que los hombres son tan coquetos
como las mujeres pero lo callan por vergüenza.
Dos meses infernales de clínicas
y gimnasios. De centro de estética y escaparates. De probadores y miradas
asesinas del espejo cuando no, de esa maldita báscula.
Dietas estrictas de todos los
calibres, de la alcachofa, de la berenjena, del plátano. De aquella que dicen
que le fué bien a la amiga de la vecina del conserje del colegio de la amiga de
mi hija. La que me impone mi marido, comer poco y mucho ejercicio.
Que días, que meses!!.
Recorriendo escaparates, probando bañadores, bikinis imposibles. Ni con el
pareo se tapan esas cosas que sobresalen de los cuerpos.
¿Y todo para qué? Para que llegue
ese día deseado que nos enfundemos nuestro bikini del año pasado, porque en el
nuevo nos da miedo todavía. Bajemos al jurado malvado de todas las amigas de
playa y nos catalogamos de lo mismo.
Estamos todas igual. Igual que el
año pasado y que el anterior y el otro. Ni un kilo más ni uno menos. Todos los
años nos pasa lo mismo. La operación bikini es un fracaso pero nos engaña lo
suficiente para hacer el esfuerzo de intentarlo. Y eso ya es bastante.
Pasan los meses y no renunciamos
a nada. El bikini nuevo tan ricamente puesto, las cervecitas, las tapitas. Las
copitas de la noche. Anda que nos privamos de algo. Total, ya no ha visto y
calificado el mundo entero y hemos cortados trajes a las más pintada.
Y vuelta al otoño. Vuelven las
faldas largas, los pantalones, los jerséis de cuello vuelto. Se olvidaron las
minifaldas, los tirantes, los colores. Y volvemos a los negros, marrones y
grises.
Así es el bikini, una ilusión
necesaria de estos días.
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