Suena el timbre a media noche.
-Sí, que necesita?
-Se acabó el gotero.
-Enseguida vamos.
Su jornada había empezado a las
tres de la tarde y aun le quedaba toda la noche. El cansancio empezaba a surcar
sus ojos, pero con su gran ánimo, se dirigió a la habitación y sin encender la
luz, solo con el hilo que entraba por la puerta entreabierta, cambió ese
gotero, una mirada de reojo al otro paciente le aseguró que todo estaba es su
sitio. Ni si quiera se había despertado.
El descanso, el sueño curan más
que los medicamentos. O por lo menos lo potencian. Y eso ella lo llevaba a
rajatabla. Sería su inmensa vocación la que le hacía hacer las cosas con esa
sonrisa natural, agradable, de confianza.
Hasta las 4 de la mañana no tuvo
tiempo de pensar en ese café cortadito calentito que tanto necesitaba. Su mente
voló rápidamente a la almohada de su niño de dos añitos. Estaría durmiendo
plácidamente. Otro día más que se perdería de su juventud. Este trabajo casi
precario, tenía muchas compensaciones, pero se pagaba un alto precio también.
La niñez de su hijo no tiene precio. Pero ahora no podía seguir pensando.
Sonaban de nuevo los timbres, las
cuñas, los goteros, los antibióticos, sacar la sangre para las analíticas. Y
todo ello sola, para toda una planta del ala oeste del hospital. Las noches se
reducía a la mitad el personal técnico. Y las manos volaban siempre.
Terminaba ya su jornada, casi
despuntaban ya los primeros rayos del nuevo día, cuando un nuevo timbre sonó en
el mostrador central.
-si?
-se le ha salido la vía.
-voy ahora mismo.
¿Esta señora tan mayor y se le ha
salido la vía? Se iba preguntando mientras corría con el carro de curas al
final del pasillo. Algo no cuadraba.
Abrió la puerta sin encender la
luz. Ya no hacía falta. Rápidamente se hizo cargo de la situación. Se la había
arrancado seguramente en algún movimiento al darse la vuelta. Rápidamente
taponó la sangre. No era nada grave aunque si alarmante y aparatosa. La sangre
es muy explosiva.
Le tomaría una nueva vía pero
recordaba cuando le puso la primera. Sus venas finas como hilos de coser,
escondidas bajo esa piel de una persona tan gruesa. Le llevaría su tiempo y eso
podía retrasar su salida. Solo una décima de segundo y se dedicó en cuerpo y
alma a colocarle la vía lo mejor que sabía. Mínimo dolor.
Su relevo había llegado y se
prestó a terminar su trabajo. Una mirada entre ellas bastó para comprender que
ayuda toda, peto sustitución no. Colocaron la vía no sin esfuerzo pero con su
habilidad y delicadeza que la anciana aun agradeció el cariño que habían
puesto.
Eran más de las ocho y media.
Mientras se cambiaba, una lágrima de tristeza y alegría resbalaba por su
mejilla. Luego decidiría con cuál de las dos se quedaría. Quería llegar a casa.
A Ana
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