Llueve
mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como
toda la vida…
Sus
lágrimas son serenas, abundantes. Están saliendo de más allá de sus ojos,
vienen del centro de su vida, de sus primeros y últimos recuerdos. El día gris
y suave envuelve tiernamente su espíritu que le afloja las coronas de espinas
que tantos años han dañado su alma.
Recuerdos
de dos almas vividas juntas y separadas con violencia, sin permisos de la naturaleza. Desgarrada odisea de
pesquisa infructuosa de una hacia la otra. Lágrimas de esperanza siempre,
fuerza en la convicción de que un día se
reencontrarían. Búsqueda desesperada a veces, ilusionada otras. Pero siempre
búsqueda de la una a la otra.
Nacieron
juntas. Y ya antes, en ese espacio donde se crean las ilusiones de la vida,
forjaron la férrea unión entre ellas. Las caricias, las miradas, los suspiros,
las ganas de estar siempre unidas y que nada y nadie rompiera esa vínculo. Poco
tiempo que no tiene tanta fuerza. Solo hizo falta oler el aire, oír el ruido,
sentir el dolor, ver el negro y tocar la maldad para que esa fuerza que tanto
las unía se rompiera en añicos. Cada una por un sitio, cada una en un lugar.
Cada una en un mundo, cada una con gente distinta.
Pero
su trabazón era superior aun en la distancia. Se oían. Se sentían. Sabían que
vivían.
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