Un mala noche. Una cena excesiva.
Una vigilia de difícil conciliación del sueño. Y en esa espera oyes cosas que
ayer no se oían. La chicharra calienta sus alas y los trinos de los pájaros
hacen que aun te cueste más descansar.
En un momento de esa madrugada recobras
el sentido del tiempo. Tardas en darte cuenta de los cambios. Pero cambios que
llegan todos los años y que un día, sin saber porqué se producen. Resuenan en
tu cabeza de nuevo los trinos de los pájaros. Esos trinos que son cantos al
buen tiempo, al amor, al apareamiento, distintos a los de ayer. Sonaban nuevos
en mi cabeza. Despertaba mi sangre, abría más mi corazón. Avivaba mis ganas de
cambio. El frío desaparecía. Volvía el sol. Volvía la luz.
Recuerdas el paseo de la mañana
llegando a casa y la mirada al paseo de naranjos que lo jalonan, recuerdas las
puntas de las ramas y el cambio de color de esas tres hojas de un color verde
más tierno, más nuevo, de nueva vida.
Mi espera al reposo ya no era
desesperante. Yacía en la paz del deseo de una nueva primavera que en tantos
años podía decir que había descubierto justo el momento de su llegada, sin
esperar a un calendario ni a un equinoccio marcado por el tiempo.
Los animales saben antes que los
astrónomos cuando deben trinar a sus parejas. Y decirles que ya llega la
primavera.
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