Se revelaba contra su padre y se
escondía de él. Usaba cualquier excusa para abrir los libros y leer.
Su padre, hombre alto, enjuto y
además serio, ferroviario de tradición, honrado a carta cabal, pero hecho a sí
mismo en la dificultades de la vida. De costumbres fijas y metódicas, forjadas
por su profesión. Su mujer abnegada en todo, dedicada en cuerpo y alma a su
marido y a sus hijos. Comida, ropa y poco más había en esa vida. La novela de
la radio por la tarde mientras bordada o tejía cualquier nueva colcha para los
ajuares de sus hijas. Un ambiente familiar que poco auguraba cualquier novedad
a lo largo de los años. Ya dictó sentencia: tu hijo mío, serás factor y
vosotras dos casareis con alguien de posición y seréis dignas de vuestros
maridos.
Pero...
Absolutamente todo lo que tuviera
alguna sílaba junto a otra, tenía que pasar por sus ojos. Devoraba las
hojas. Más tarde ya no era lo que pasara
sino que buscaba lo que necesitaba. Empezaba a tener gustos por determinadas
cosas. Pero cuanto riesgo. Si su padre se enterara que ella, una mujer, estaba
leyendo. Y más leyendo cultura. Qué barbaridad.
Al lado de su casa estaba la
librería de Garrido. un amigo de su padre. Curioso personaje , pero que
sabiendo que él era el antídoto, su cura o la mejor forma de conseguir sus
ilusiones. Le gustaba escribir. Leer, buscar en los libros, era lo que ella
necesitaba. Esa persona que le comprendiera y que le ayudara. Empezó pidiéndole
un cuaderno de hojas blancas y la pregunta esta fácil.
-y porque de hojas blancas?
- es que quiero escribir mis
cosas.
-tu? A tu edad? Quieres
escribir?. Bueno toma esta libreta es apaisada, te será más fácil.
Y así comenzó una relación de
complicidad. Ella fue a la semana a comprar una nueva libreta y ante la
extrañeza que pidiera otra en tan poco tiempo, una nueva pregunta llegó:
- Otra?
-si ya terminé la anterior.
- Algo bonito tienes que poner
para que le pongas tantas ganas. Me gusta. me dejaras leerlo? Esperando un gran NO por respuesta....
- sí, me gustará que lo leas. Así
me dirás que hago mal, que será todo.
- vale. En la próxima libreta tráete
la primera y la leo y ya te diré cosas.
Pasaron los días más lentos que
nunca. Que ganas tenia de verla. Estaba intrigado.
Y lo que vió le pareció lo más
bonito que había leído en alguien de su corta edad. Que capacidad de recrear
momentos, situaciones y estados de ánimo de cualquier cosa.
Con el tiempo, ya pedía los
libros que ella quería, y no cualquiera servía. Empezó a escribir, juntaba
sílabas, emborronaba cuartillas, rompía muchas, pero poco a poco tenía sentido
lo que salía de aquel lápiz de carboncillo, salían los sentimientos guardados
con cadenas, describía las situaciones que nunca había vivido como si de reales
se trataran. Aventuras llenas de ilusiones e imaginación. ¿Como iba a salir de
aquel barrio?. Pero sus libros si la llevaban a lugares donde describía los
colores y las angustias, los amores y desamores. Las guerras y las pasiones.
De pequeños cuadernillos, a relatos
cortos, vivencias diarias y cuentos imaginativos. De la prosa o la poesía.
Cualquier género le venía bien según lo que quisiera expresar en ese momento.
Garrido le fue dejando
diccionarios, sinónimos y cualquiera de las herramientas que pudiera ampliar el
conocimiento del lenguaje y la escritura. Perfeccionaba tanto leyendo como
escuchando a Garrido. Era una jovencita con ese espíritu de escritora nata que
tan pocas veces se da.
Y lo consiguió, triunfó cómo
persona. Antes que como mujer. No le importó nunca el sexo ni las diferencias
con el hombre. Ella fue lo que quiso ser. Escritora.
Si su padre la viera ahora. Una
escritora de existo y reconocida.
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