El sonido de la maza en el
tambor, cadencioso, firme, continuo, lejano siempre pero que cada golpe se
clava en tu alma como suave pluma.
Intentas acompasar tus pasos a
ese ritmo y casi imposible. Tus sandalias de esparto tejidas a mano te llevan a tu compás.
A tu manera de ir sintiendo tus recuerdos de todo ese año de espera. De las
vivencias sufridas y tus gozos sentidos. Aun reparas en el vibrar de tu corazón
cuando el sonido de las alcayatas más intenso y rápido se va acercando por tu
espalda. Como si quisiera ponerse a tu lado para avisarte de la importancia de
lo que estás viviendo.
Paso a paso recorres lugares y
sitios que en otra hora estarían llenos de algarabía y bullicio, pero que ahora
los redescubres con sus sombras de oscuridad, sin luz de sol, sin luz de vida,
la muerte está más presente que nunca en ese momento. Paso a paso la maza te
marca un ritmo que las alcayatas te rompen, alejándose y aproximándose como
anuncio de vida y muerte.
Tu recogimiento es total ahora.
Empezaste despistado con el habla suave y floja de los que te acompañan pero
ahora es el silencio absoluto de tu interior el que te hace oírte. El que te
saca de dentro lo bueno y lo malo de tu vida. La maza y la alcayata te recuerdan
sin parar que eres y quien eres. No tienes escapatoria. Estas enfrentado a ti
mismo. A tus miedos y a tus alegrías. A tus temores y a tus valores. A tu
terror y a tu paz. Sabes que saldrás satisfecho de esa noche. La quieres vivir por
completo. Llevas todo un año en esa espera. El Cristo del Consuelo se acerca y
se aleja. La maza y la alcayata van y vienen.
Renacerás de nuevo como cada año.
La cruz y el cíngulo que soportas serán tu liberación hasta la próxima. Serás
de nuevo quien eres de verdad.
Volverás a tu paz interna
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