Unas de sus costumbres había sido
la de leer los periódicos todos los días. Y no uno, sino varios. Era una buena
forma de mantenerse informado y crear una opinión más objetiva de la realidad
que le rodeaba. Últimamente ya lo hacía en casa, salía menos a la calle, y lo
hacía con parsimonia, con tiempo, con pasión. No dejaba nada sin leer. Creíamos
que era capaz de leer se hasta los anuncios. Repasaba una y otra vez los
artículos de opinión. Las editoriales, las noticias políticas. Y hasta las te cuadraba
con su bolígrafo. El tiempo, los deportes. Era un apasionado del fútbol, del Barça,
claro. Era de siempre. Nunca cambió de equipo. Los toros, la cultura, hasta los
horarios de los cines.
Hacía ya unos años que los
periódicos los empezaba por el final, era algo curioso. Nos fijábamos en ese
detalle pero no le decíamos nada. Solo observábamos como lo hacía, pero no le
dábamos más importancia.
Aquel día le dijo al tío de su
mujer, un personaje ya nonagenario, que vivía con ellos en la casa:
-aun no estás en la lista.
Una frase casi enigmática para
todos menos para ellos. Era algo tácito entre los dos. Sabían de sobra a que se
referían.
Con los meses fui observando más
detenidamente esa forma de leer los periódicos. Y pronto me dí cuenta que su
interés por empezarlos por detrás no eran por las noticias. O los deportes, ni
las editoriales. Eran las notas necrológicas y las listas de fallecidos con sus
edad.
Todo aclarado. Bueno todo menos
las frases que seguían cruzándose entre ambos. Era casi macabra la idea de ver
el nombre de alguno de los dos en esas listas. Y era casi espeluznante saberlo.
Pero desde su punto de vista.
Mejor dicho, desde su estatus de edad, de madurez y de esa edad donde ya tienes
tu vida hecha, tus cuentas terminadas y esperas que tu final llegue con esa paz.
El ver las notas necrológicas de tus amigos, de tus conocidos o de personas que
sin ser nada tuyas, tienen más o menos tu edad, te da hasta ánimos de que tú aun
puedes seguir leyendo esas notas. Señales inequívocas de que estas vivo. Y las
bromas entre ambos ni son macabras ni dan repelús. Son pura y llanamente bromas
de vida.
Los amigos cada vez son menos,
las llamadas son cada vez más espaciadas y las visitas cada vez son más raras. La
soledad viene rápida abrazándose a tu cuerpo.
Y solo una vida llena de vida es
capaz de soportar la llegada de la muerte con la tranquilidad de haber hecho
algo en la vida que ha merecido la pena.
Una partida de cartas, recoger el
pan, los nietos, algún recado. Y hablar, eso sí era de su gusto. Hablaba de su
vida. De experiencias, de batallitas diríamos los jóvenes, ya las contaremos
nosotros. Ya nos llegará la edad para contarlas. A quien estuviera cerca y
pudiera hablarle, ya estaba con sus historias. Sentaba cátedra desde su altura
de vida. Creyendo que se le haría caso a pies juntillas. Nunca se dan cuenta
que en la vida hay cosas nuevas que han cambiado las antiguas. Pero estoy
convencido que esto no es de ahora. Seguro que a sus padres y antes a sus
abuelos les pasaría igual. Creerían que solo lo suyo es la verdad, lo bueno, lo
que hay que hacer. Y ni creemos que a nosotros nos pasará lo mismo cuando
estemos cargados de meses y años para no entender más que lo nuestro.
Vuelve otro día a comprar sus
periódicos, a recoger el pan, cuatro fotocopias de unas fotos que vió en una
revista y quiere mandar a un amigo. Pocos hobbys le quedan. Su vida se
ralentiza. No hay prisa para nada, ni hay que madrugar. Ni para leer, ni para
ir a ver al amigo enfermo, murió el mes pasado. Las recetas del médico, las
pastillas en la farmacia. Ya está en la cima de la pirámide. Y desde hace mucho
tiempo. Por ley no enterrará a nadie. Siempre debe ser así, a él le enterraran
los de abajo. Y ese sentimiento le tranquiliza. Ve con tanta vida a los que le
rodean que el solo sentimiento de irse después de alguien no lo podría
soportar.
Los días pasan y su cabeza le
deja tiempo para él y sus cosas.
No hay prisa para nada. Ya queda
menos para ver el nombre en esa lista.
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