Recuerdo
de mi niñez unos reyes espectaculares. Vinieron de verdad a vernos los Reyes Magos.
Vinieron a nuestra casa con pajes y todo, los camellos no los vimos, me imagino
que no podrían subir a un segundo piso, pero sí teníamos preparada su comida.
Fue
un recuerdo espectacular, ¡¿Qué digo fue?! Es un recuerdo inolvidable por completo,
podría relatar hasta el color de sus trajes y el tono de la barba de Gaspar.
Los turbantes de los pajes, el olor a incienso, o ¿sería Mirra?, y hasta de las
cosas que me preguntaron; que si me había portado bien, que si era bueno con
mis padres, que como llevaba las notas del cole. Jajajaja, las notas, pero si tenía
cinco años, ¿qué notas iba a tener?, pues la mejores, matricula en juegos y sobresaliente
en recreo, no había más.
Pero
ahora con el paso del tiempo, y ha sido mucho, intento recordar que regalos
trajeron, ese año maravilloso, los Reyes Magos, y la verdad, con la memoria tan
excelente de la que presumo, no logro recordar ninguno de ellos con precisión.
Podría enumerar juguetes, sí. Pero estoy convencido que no los podría ubicar en
esas navidades serian de otras pasadas o futuras, pero no sabría precisar.
Es
quizá que lo importante, de esos recuerdos, no son los maravillosos regalos que
los reyes se esfuerzan por traernos cada año, sino el trabajo que cuesta
conseguirlos y ahora solo recordamos, sus ojos de bondad, sus besos de cariño,
sus abrazos sinceros de amor, el tiempo que pasaron con nosotros dedicándonos
toda su paciencia y comprensión.
¿No
serian ésos los regalos que me trajeron ese año? Y yo sigo confundido con coches
de bomberos o muñecas de trapo.
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