Uff. Que calor hace. Un poquito
de lluvia o de agua fresca no me vendría mal. Pero mejor cuando el sol ya no me
dé de cara. Así no me quemarán esas gotas que hacen de cristales de aumento. Queman
y me destrozan mis vestidos verdes y mis sobreros amarillos. La verdad es que
es el color que mejor me sienta, otras van de rojo, de rosa, y hasta de negras
he visto por ahí, tan presumidas ellas. Son más exclusivas. Conozco a una
persona que le encantan los sombreros negros y se las llevan.
A mí me encanta este amarillo, me
suena a luz, a oro, a brillo. Dicen que este color es el de la alegría, de la
sonrisa. Y para presumir más todavía algunos dicen que este color es de sabios,
de inteligentes y de genio. Yo no llego a tanto, pero sí que disfruto cuando me
miran y se admiran. Me baja por mi cuerpo, en los días de primavera, unos
olores deliciosos. Una fragancia que varía con la cantidad de luz que me da,
con el viento que me arrulla, con el sentido que se acercan.
Hay quien me canta, hay quien me
pone música, pero sobre todo lo que más agradezco es el amor con el que me
miman. Entonces sí que estoy feliz y se me nota, me abro entera, y lleno de luz
y olor a todo lo que me rodea. Con que
poco cariño devuelvo tanto. Dejarme que termine mi vida donde nazco, daré mucho
más que si me cortáis para unas horas.
Soy un ser que vive y siente, y
que quiere como el que más. Soy una rosa amarilla que solo quiere hacer felices
a todos.
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