Casa vez era la misma monotonía. El mismo procedimiento, los mismos movimientos. El protocolo marcaba claramente lo que debía hacer.
Esperaba
la orden e iniciaba el proceso de vestirse con el uniforme, preparar el arma
que revisaba minuciosamente. Colocaba la munición en su cartuchera. Aquellas
balas tan especiales que marcaba el reglamento de punta especial para que en el
disparo se fragmentaran en pedazos mortales.
Todo
ocurría siempre igual. Estaba enseñado para cumplir su trabajo sin pensar en
nada. Era un autómata por completo. No sentía ni padecía por lo que hacía. Era
un solitario destinado y preparado exclusivamente a cumplir con su trabajo.
Ese
día todo se desarrollaba como siempre. Al llegar el momento todo se cumplió con
extrema precisión. Hasta el punto que hasta en el mismo segundo que la última
vez puso el pié derecho en aquel patio. Se unió con el resto de sus compañeros.
Todo estaba ya listo. Se colocaron en posición. Esperando la orden. Apuntaron y
oyeron la palabra de siempre. Fuego.
Algo
no salió bien. Siempre había un muerto. Peto estaba vez era dos. El había
disparado cómo siempre. A no matar. Pero el resto de sus compañeros? Alguno no
cumplió con su compromiso. Y no se sabe quién. El no lo supo nunca quien fue.
Pero
esa bala que no cumplió con las ordenes, rebotó en algún sitio que no fue el
cuerpo del ajusticiado e impacto en su cabeza. Ese día terminó su vida.
Y
todo porque alguien no cumplió las órdenes.