Noche de pesadillas, malestar general, dando
vueltas en la cama y las veces que abres y cierras los ojos después de cada
ligero sueño. Aparecen sin parar los mismos dibujos con distintas disposiciones.
Líneas que cambian, colores que varían, sabores que se mezclan, texturas que no
encuentras.
Desesperas
cada vez que ves la hora en el reloj, solo varían las cifras de los minutos. Cada
vez el mismo sueño, que siendo un soniquete, va formando una estructura con
aparente lógica, formas que huelen, miradas que crean sensaciones.
Algo se
crea con racional prudencia. Destapas tus párpados y miras la luz. Ya es de
día, ya puedes comenzar, ya tienes idea de lo que quieres y como lo quieres.
Quizá no salga, con en el último sueño lo viste terminado pero sabes qué pasos
has de dar.
Has visto
completado lo que aún no has empezado. Es como ver al David dentro de un cubo
de mármol. Tu sí lo tienes. Ahora a quitar y poner hasta conseguirlo. A la
compra lo primero, al mercado buscando las delicias del campo, la huerta y el
mar. Verduras, carnes y pescados. Sales y azúcares. Aromas y perfumes. Cazos y
sartenes. Fuegos y hielos. Caldos y salsas. Cuchillos y cucharas. Lágrimas y
risas. Van forjando el último sueño en la delicia que presentarás. Una mesa, un
mantel de hilo, un plato blanco, unos cubiertos y unas copas.
El
comensal llega, se sienta, huele, mira, toca, escucha y saborea el sueño
realizado. Un día de angustia, horas de trabajo, expectativa suscitada y la satisfacción
de tu obra hecha a tu gusto. Todo el esfuerzo recompensado con la mirada que te
dirige el comensal. Total complicidad entre
el sueño y el ensueño que le creas. Satisfacción total.
El plato de comida
soñado es ahora deseado por todos.
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