Ahora es fácil acercarse a la barra de un bar o en la terraza de moda y pedir un gintonic de premium con tónica perfumada. O un vodka tónica con frutos del bosque o un Dry Martini. O un mojito de ron negro.
Pero hace 40 años tuve la suerte de experimentar
la mejor bebida alcohólica del mundo. El final de esta historia hay que remontarla
en un mes anterior. Cuando Pepete me dice casi en secreto que había conseguidos
dos entradas para la discoteca de moda. Bueno la única discoteca que había. Esos
treinta días fueron el rosario mejor rezado del mundo. Cada misterio era la
ropa, el peinado, la colonia. Juntar dinero, ni exámenes ni clases ni nada.
Solo había discoteca. Presumir delante de las chicas que teníamos entradas y
claro poner la oreja para enterarnos cuales irían.
Sería la primera vez que pasaría a una. No tenía
ni idea de cómo eran, pero nadie se daría cuenta. Presumir que la conocía de
sobra. Que había estado en muchas. Que tontos somos a esa edad. Pero esa ingenuidad
y atrevimiento nos lleva a la experiencia y madurez.
Llegó el día. Por fin. Dos horas de cuarto de
baño, y luego decimos que no entendemos a las mujeres, somos peores, pelo,
ropa, colonia hasta en sitios insospechados, pero que escuece, por si acaso. Todo
perfecto, claro desde nuestro punto de vista de la belleza juvenil.
A la calle, nos juntamos en la esquina de casa y
nos dirigimos con mas entusiasmo que miedo, que por mi cuerdo era las sangre convertida
en pánico la que recorría.
En la puerta Antonio, más serio que el guardia
civil de mi pueblo, nos miró tres veces de arriba abajo, y eso que nos habíamos
puesto el famoso abrigo estilo napoleón, hasta los tobillos, aparentando 5 años
más, eso creíamos. Por fin nos corto la entrada y escaleras abajo.
Por favor, si eso era una discoteca, como serian
las catacumbas, en ellas habría por los menos velas, en esta ni eso, tardamos
más de 10 minutos a que nuestros ojos se acostumbraran a la no luz, por fin
pudimos andar un poco a reconocer ese deseado castillo lleno de lugares
escondidos, donde se ubicaban las famosas chicas que decía que bailaban.
Encontramos fácilmente un sitio nada más entrar a
la derecha, un rincón perfecto con una mesa y asiento para dos personas. Me dijo
que él iba a la barra a pedir dos consumiciones que iban incluidas en la
entrada, me preguntó que quería. Nunca me las había visto mas difíciles, yo una
copa y de alcohol?, pero si en mi vida había tomado una copa, ni de alcohol, en
todo caso, un vasito de sangría en las fiestas del pueblo y nada más. Le dije
que lo mismo que el tomara, que él si decía que había tomado.
Me quede sentado y esperando. Mientras me dediqué
a intentar ver algo de cómo era esa famosa discoteca, pero lo único que me
alcanzada a ver era una bola de cristalitos pequeños girando sin parar y
lanzado destellos de rayos desde ella, y que de vez en cuando te daba en los
ojos sin esperarlo, y encima de la escasísima luz te deslumbraba por completo
los ojos, total ciego por el destello y ciego por qué no se veía nada, pues
vaya discoteca, y para mas diversión empezaba a llenarse hasta cubrir por
completo la poca visión que tenía hacia adelante, donde al fondo estaba la
pista, o eso creía yo, porque verla, verla nada de nada.
Al rato largo apareció con dos vasos altos como
palos de escoba, sin un color determinado, la luz no permitía ver nada más. Y me
dijo así, cargado de razón, le he dicho al camarero que es amiguete que los
cargara bien, que nos hacía falta. Pues vaya si los cargó, al probar aquel
liquido casi me da el mareo de mi vida, lo único que entendí era un ligero olor
a naranja y burbujas, pero sabia a aguarrás.
Me dijo que se llamaba un destornillador y ahora sí
que me dejo helado, y a esto había venido a una discoteca?, a probar algo tan
rico como un destornillador?, y que sabia a rayos? Mal empezaba la historia. Nos
sentamos y empezamos a beber, uf, que momento de mi vida, había que ser hombre,
pero si las ganas que yo tenía de ser hombre así,. La conversación varió a la música,
el si entendía de música, y me iba contando los grupos que el disyóquey ponía. El
local estaba tan abarrotado que las dos veces que intente ponerme de pie para
ver qué pasaba era un imposible, ni me dejaba ver, ni mover, mi historia de
vida discotequera, se iba a reducir a ver espaldas de tíos, y a tomar algo que
ni me gustaba, y a salir con la cabeza como un bombo de semana santa el día de resurrección.
Y de mujeres para que hablar, ni una falda vi,
aunque haberlas debía haberlas, sino no tenía sentido tanto hombre.
No sé el tiempo que pasó, pero mucho, y de golpe,
la música cambio, a una especie de marcha alegre, las luces se encendieron de
golpe, pero las blancas., las de ver de verdad, era la señal que se acaba todo,
y me dijo que a recoger los abrigos que nos íbamos. Eso sí que no, ahora no me
iba, ahora me quedaba hasta el final, quería ver con mis ojos todo, todo; a las
mujeres, a las chicas que habían de verdad, a verles los ojos, y que me vieran
a mí, era la prueba de que yo si había estado, de ver la pista de baile, de ver
las caras de los tíos coloradas como narices de payaso. Y de ver por fin el
color de aquel famoso en mi vida Vodka con naranja, el primero de mi vida, y que
luego sí que marco jornadas históricas de aquella discoteca.
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