Cómo todas las mañanas de feria recorría temprano
los lugares por donde unas pocas horas antes habían estado abarrotadas de
gente.
Redondeles. La cuerda, el paseo, los jardinillos.
La plaza de toros. Que a esas horas estaban ya las vaquillas. El único
acontecimiento multitudinario de esas horas.
Saliendo por la puerta nueva de los jardinillos
que daban a la puerta grande de la plaza observé que estaba abierta. Y que unos
cuantos amigos están hablando en ella. Me acerco a saludarlos. Pero antes de
llegar un revuelo, unos gritos y de frente a mí, la vaquilla. Se había
escapado. Y salía de la plaza más asustada que los que estábamos viéndola.
Para mi sorpresa, no me esperaba esa reacción mía
por mucho que siempre me han gustado los toros, salí detrás de élla. Mas por
saber si hacia algo malo. Que por el placer de estar cerca.
Callejeando llegó a Villacerrada. Subió a la plaza
por la rampa de Don Gil. Allí si que no tenía mucha escapatoria. Buena
explanada, soportales, y poco o ningún sitio por donde huir. Nosotros, a la
carrera, detrás y con miedo de que ocurriera alguna desgracia.
Pues a torearla y hacer quites. Hasta que llegó la
policía y se acabó mi gran faena taurina.
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