Cómo todos sábados se quedaba
solo en casa, sus padres salían a cenar con sus amigos. Aquella casa larga y
angosta. Su habitación la última. La película de la tele terminó. Y entonces se
dió cuenta que todas las luces estaban apagadas. Un miedo atroz se apoderó de él.
Tenía que cruzar aquel pasillo a oscuras. El interruptor estaba al final. A
cada paso escuchaba cómo crujían los muebles, las viejas persianas se agitaban.
Su respiración se agitaba. El ladrillo hueco flaqueaba a su paso. Llegó a su
cama, no encendió la luz. Se acostó. Y entonces comprendió que no estaba solo.
El ya estaba allí.
Sobrecogedor... ¡Magistral relato, querido amigo Txentxo! No tengo más que apuntar. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarEn tan pocas líneas es, a veces, difícil expresar un sentimiento. Pero cada día me gustan más los micro sobre cualquier tema. Y así me va. Un abrazo
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