Realmente no sé cuándo comienza
mi vida. Ni cuando muero o cuando nazco.
Creo que empieza en el lago de la
laguna de La Mata. Allá por el mes de agosto. Sé que el clima es excepcional.
Mucho calor. Allí se llenan las salinas en el invierno para que el sol me vaya
evaporando. Cuanto fuego hay a veces. Parece que quema el agua.
Una tarde de calima asfixiante
alguien me dió un codazo.
-Te toca. No tardes antes de que
refresque, tienes un largo viaje.
Y así. Sin más, salí de aquella
laguna. La primera impresión fue la belleza del sitio. Justo al lado, estaba
ese gran mar azul. Y al fondo el horizonte que lo unía al cielo radiante. Solo
esa línea imperceptible era su unión. Y junto a él esas rocas donde seguro
descansará el autor mirando su alma.
Subí y subí sin parar, el calor
era cada vez más sofocante. La ascensión rapidísima casi no me dejaba percibir
el maravilloso paisaje que se dejaba a mis pies. Tan desconocido para mí que
solo me hacía abrir la boca de sorpresa. Alguno de mis compañeros, ya avezados
en estos viajes, me contaban las maravillas de esos sitios por los que
pasábamos. Grandes montañas, extensiones de tierra desérticas, concentraciones
de viviendas de los humanos. Verdaderas panorámicas del mundo.
Y sin esperarlo, un viento huracanado
nos hizo estremecer a todos. Nos arrulló en su cuerpo y subió a los cielos
hasta llegar a perder la luz del sol. El frío se adueñó de nosotros, aires
gélidos nos desplazaban sin sentido de un sitio a otro. De arriba a más arriba.
Sin saber hasta dónde podíamos llegar. Llegamos a sentir la angustia del
momento. El desconocimiento de todos nos había temer por nosotros. Nunca nadie
llegó tan alto. Y con este frio tan intenso.
El viento cesó de golpe. Nada se movía.
Y nosotros muy juntos unos a otros nos dábamos ánimo para adivinar lo que nos
esperaría a partir de ahora.
Lentamente nos fuimos
transformando. Nuestro vestido iba cambiando. Dejábamos la vaporosa seda por
los preciosos cristales transparentes. La suavidad de las arrugas cambiaban por
las lindas aristas estrelladas. El color casi blanco inundaba nuestras galas
maravillosas.
Ahora recordaba mi primer
pensamiento. El calor de La Mata. Y que frío hacia ahora. Pero no sentía nada
malo. Era como si mi existencia fuera esa, de pasar del calor más intenso al
frío perpetuo. Qué vida tan extraña y bonita la mía que permitía tener todas
las experiencias de la vida en tan poco tiempo.
Y cuándo menos lo esperábamos de
nuevo el viento, una vez más en movimiento, una vez más arriba y ahora abajo
también. Velocidad inusitada. Casi provocadora de sensaciones aun por vivir.
Descenso vertiginoso hacia la tierra. Que por segundo se acercaba a nosotros
viéndola desde la distancia. Pero no, éramos nosotros quienes nos aproximábamos
a ella. Que pasaría ahora?
Uno de los más antiguos comentó
que llegábamos ya a nuestro final del viaje. Pero dejó en suspense cómo sería.
Habría que disfrutarlo una primera vez para sentir esa fascinación.
Por fin el viento calmó. Los
aires se volvieron brisa y el frío aterido abandonó su puesto dejando un ligero
calor.
Caímos casi cogidos de la mano.
Nos mirábamos asombrados por el cambio de vestidos. Ahora éramos estrellas de
cristales brillantes llenos de dibujos preciosos. Uno a uno nos posamos
lentamente por los sitios más curiosos, y el mío fue el más maravilloso. Un
precioso abeto lleno de regalos de navidad que unos niños habían adornado. Sus
ojos brillaban tanto como yo. Y unas lágrimas recorrieron mis aristas. Pensaba
que mi fin seria ese. Ver la felicidad de esos ojos de niño.
O no......pero esa será otra
historia.
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