Una situación difícil aquella mañana al
subir los primeros escalones del edificio. No sabía cómo iba a reaccionar,
aunque su experiencia y aplomo, ante este tipo de situaciones nuevas, le darían
la soltura suficiente para afrontarlas.
El edificio impresionante con un largo y
ancho pasillo central, desencadenaba en un mostrador con dos personas. Una al
teléfono enganchada, telefonista. La otra con imagen de calma le atendía sin
levantar la mirada. Le indicó que en el ascensor del fondo subiera a la segunda
planta, preguntara por María Dolores en el pequeño despacho de la derecha.
No eran nervios, tampoco inquietud, era la
intuición que un nuevo mundo venía a su vida.
Ella, tocando las paredes se le acercó despacio,
casi titubeando insegura. Pero no, no era inseguridad. Esos pasos los daba
todos los días. Puso sus manos por delante, como abriendo la puerta para
recibir el saludo. Dos besos muy lentos en las mejillas sobraron para descubrirlo
casi por completo. Altura, fortaleza, olores y algo que no está en el físico,
el carácter de su interlocutor. “Un buenos días y sígueme por estos pasillos
hasta que podamos llegar al piso piloto que tenemos para hacer las pruebas y
ejercicios de ayuda y seguridad” Fue todo el comentario que hizo ella.
Salón grande bien amueblado, y al fondo a
la derecha toda una cocina para impartir los talleres para invidentes de la
ONCE.
Una nueva “visión” de la vida llegaba a la
suya.
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