miércoles, 9 de marzo de 2016

Autoestima


Destrozada, llorando y arrinconada en su habitación estaba Ana. Había sufrido tanto aquella mañana en el colegio que no pudo aguantar más y salió de clase en estampida. No paró hasta encontrarse en el refugio de sus paredes. No había consuelo. No entendía el absoluto desprecio con el que, continuamente, era sometida por sus compañeros.
Su vida era normal. Nunca sus padres le habían indicado lo malo y lo bueno de ella. Tanto es así que cada cosa que pedía la tenía. Su forma de hablar, completamente de moda, era la gracia de sus padres. En casa nunca se sentía culpable, es más, no entendía que significaba esa palabra. Siempre tenía razón.
Pero en el colegio todo era al revés. Ana no aguantó más. Su dolor era sangriento, desgarrando su barriga y su cabeza estallaba en múltiples relámpagos. Pasaban los insultos y desprecios de sus compañeros como latigazos en la cara. La visión de la ventana era un soplo de libertad.
No había otro camino que seguir. 

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