La palabra fin, al final de mis relatos
me deja un vacío enorme. Es una sensación de poner todo lo que hay en mí en ese
relato. Me dura unas horas hasta que por fin recupero la sensación de haber
puesto lo mejor en esas sílabas. Me salgo fuera de mi. Me observo, me analizo y
me mando la energía pérdida en el esfuerzo de la escritura.
Ahora es cuando ese relato, que ya
está escrito, pertenece a los demás. Ya no está en mi. Es más, no me gusta
releerme, no me creo que yo escriba esas cosas. Parece que otra persona dentro
de mi es capaz de hacerlo, siento que nunca las hubiera escrito. Algunas de
mucha calidad. Otras menos. Pero todas con la máxima imaginación.
El relato está terminado. Hay
muchos ya. Pueden ser un libro. De hecho ya hay uno terminado y en manos ajenas
y amigas siempre. Un libro siempre es un amigo fiel. Nunca te abandona. Es más,
es abandonado muchas veces pero cuando menos te lo esperas o cuando más lo
necesitas, vuelve a tus manos casi sin darte cuenta. Lo has leído. Te ha
gustado. O no. Lo dejas en un sitio, casi siempre donde debe estar. Otras en
cualquier lado.
El libro no termina con su
lectura. No acaba dejándolo en un estante o en un cajón. El libro siempre está.
Siempre anda dentro de ti. En su rincón. Durmiendo en un letargo. Y casi sin
darte cuenta un día se despierta y vuelve a tus ojos. Vuelve a tu cabeza.
Recuerdas algo. Algo en ese momento de tu vida recobra vida. Ese es el libro.
El que siempre te acompaña. El que te ayuda, el que te enseña, el que aconseja,
el que te apoya. El que te hace vivir tus sueños. El que te lleva donde nadie
llega. Te ama, te enfada, te hace llorar y reír. El libro no se acaba con la
palabra fin.
El libro siempre duerme en tu
almohada.
... y se van completando, querido amigo Txentxo, con "las páginas no escritas", siempre... Magnífico texto intimista, aunque seguro que compartido mayoritariamente. Muy literario, muy humano. Enhorabuena. Un muy fuerte abrazo.
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