Esta mañana al salir a la calle casi tropiezo con
una señora. No me di cuenta al volver la esquina que alguien podía venir. Total
que nos chocamos. Y la expresión de su cara fué aun más expresiva que su frase.
Otro cabreado y con prisas. Su ceño fruncido era solo una arruga total de su
cara.
La sorpresa mayúscula. Mi desazón total. Ni
prisas, ni cabreado. Solo de paseo por la calle. Aun así le pedí las disculpas
más solemnes. En todo caso los dos hubiéramos tenido culpa.
Me fijé en ese momento en la cara de todos los que
pasean, o andan, o corren por la acera. Todos están cabreados. Todos con el
ceño fruncido como la señora.
Ando dos pasos y me veo reflejado en el espejo de
un escaparate. Yo también tengo la cara de enfadado.
Que nos pasa? A todos? Hasta los niños de las
manos de sus madres o padres llevan la misma expresión.
Es septiembre. Han vuelto de las vacaciones. Han
vuelto al trabajo. Han vuelto al cole. Han vuelto las aglomeraciones. Han
vuelto las protestas. Han vuelto. Hemos vuelto a la rutina del frío. A la
dureza del día a día. A la tensión de siempre.
Pero no sería mejor cambiar la cara por la
alegría? Por la felicidad? Por la del optimismo? No va a dar lo mismo. Y es más
positiva esta. No necesitan ni ellos ni yo caras de azogue, ni de angustia, ni
de enfado. Para qué? No sacaremos nada bueno.
Podemos, en vez de no quiero
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